sábado, 13 de octubre de 2012

La Habana I







Aquellos dinosaurios


Después de 9.30 horas de vuelo llegamos a La Habana. Nada más llegar cambiamos en el mismo aeropuerto nuestros primeros pesos convertibles (CUC) ; esos pesos cubanos exclusivos para el pago de turistas. Aunque el pueblo cubano trapichea con su propio peso, el turista debe manejarse en pesos convertibles. Si uno intenta manejarse con pesos autóctonos tendrá más problemas de la cuenta, por lo que no merece la pena. Además los cubanos siempre “actualizarían” el precio de los productos al poder adquisitivo turista, aunque fuera en pesos de la tierra.
Cambiamos unos pocos para poder pagar el taxi, ya que luego buscaríamos en la ciudad un cambio mejor. Por 25 pesos (tarifa oficial y casi única) nos dirigimos al centro de La Habana. En realidad es difícil pagar otra cantidad que no sea 25 CUC, uno tiene que coger un taxi por narices y no dan otra opción a otro precio. Otra cosa es ir al aeropuerto desde la ciudad, donde hay multitud de oportunidades, por lo que es fácil llegar aun acuerdo de 20 CUC o incluso menos.
Unas señoritas de la limpieza nada más pasar el control de pasaportes nos pidieron alguna revista o periódico para poder asomarse al mundo. Sabedores de ello les dimos el periódico y la revista que nos daban en el vuelo.



















El taxi nos llevó a nuestro hotel: El hotel Telégrafo, hotel del finales del siglo XIX, justo en el centro de la Habana en plena Habana vieja y a unos pasos del Malecón. La elección del hotel la estuvimos estudiando bastante, y creo que por su calidad-precio resultó una buena decisión. De fachada azul cobalto, llama la atención en la plaza del Parque Central, justo al lado del emblemático hotel Inglaterra y a 200 metros del Capitolio. Se agradecen sus hermosas vistas a este Parque-Bulevar y la cercanía de edificios tan emblemáticos. En pleno corazón de la Habana. En pleno Paseo del Prado, frente al Parque Central y al lado del Gran Teatro de la Habana.
El Centro histórico fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Allí montamos nuestro campo base en el hotel Telégrafo.
El Telégrafo es un cuatro estrellas con grandes habitaciones que miran al Parque Central y calles adyacentes. Uno puede ver la vida pasar asomándose a sus ventanas, a todas horas se siente el trajín constante del pueblo cubano en la calle.
Lo primero que nos llamó la atención, algo que ya preveía, fueron los espectaculares y preciosos coches cubanos. Esos dinosaurios que le hacen a uno transportarse a los años 50 o 60 del siglo pasado.
Nada más dejar los trastos en la habitación, nos asomamos a las ventanas que daban a la esquina formada entre el Paseo Martí y la calle Neptuno. Allí pudimos contemplar en una visión cenital, como unos hombres gritaban los diferentes destinos de muchos de estos coches antiguos, que hacían las veces de taxis para el pueblo cubano. Iban pasando Cadillac, Chrysler, Dodge, Ford, Lincoln Continental, Mercury, MG, Plymouth, y sobre todo Chevrolets. Los colores: rojos, verdes chillones, azules, amarillos, azules cobalto o cielo, verdes esmeralda y botella, naranjas, rosas. Todo el registro cromático estaba allí presente.




Antiguamente en mis tiempos mozos, con 10 años ( hace 38) sí había en los madriles y en España en general más variedad en cuanto a los colores en los autos; se veían bastantes amarillos, rojos y otros colores que ahora han quedado relegados a colores tierra, como marrones, grises, negros y verdes y azules casi negros.
Pero allí en La Habana, el tiempo no había cambiado los colores, ni los coches. El embargo después de la Revolución de 1959 dejó anclado en el tiempo el parque automovilístico. Entonces en Cuba había muchas propiedades y empresas de EEUU y también circulaban muchos coches norteamericanos. Cuando Cuba expropió a raíz de la Revolución, todos los bienes y empresas de Estados Unidos, estos últimos comenzaron un bloqueo brutal que hoy en día sigue vigente.
Al no entrar coches del exterior, el parque automovilistico envejeció. Poco a poco los coches tuvieron sus lógicos problemas mecánicos y pasándose de moda. Pero el ingenio cubano se las apañó para inventar piezas cuando no las había. O cuando los arreglos eran imposibles cambiándoles los motores.
Muchos propietarios cambiaron los motores por los Perkins de gas-oil, mucho más baratos en consumo.
La Unión Soviética que entonces bote salvavidas del comercio cubano, aparte de introducir el Ladaen el 67, construyo también un motor muy similar al Chevrolet de 1951, con lo que también conseguir piezas de repuesto era mucho más fácil.

























Pasaron los años y esos dinosaurios con chapas de un centímetro de grosor, seguían circulando por toda Cuba.
Hoy en día entran otras marcas, pero aun así el 50% siguen siendo estos antiguos modelos.
Supongo que cuando se acabe el bloqueo, estos coches irán muriendo definitivamente y lo extraño será ver alguno circular. Pero mientras llega una vida mejor para el pueblo cubano, siguen circulando como si e l tiempo se hubiera detenido. Estos maravillosos coches de juguete, gigantes y coloridos, haciendo juego a su vez con las también pigmentadas fachadas de la ciudad.
Y lo más increíble es que no hay en el recuerdo colectivo de la humanidad muchas imágenes de la habana y sus dinosaurios rodantes. Entre otras cosas porque no hay películas de EEUU sobre Cuba, y como el cine es USA mayoritariamente… Si no existe Cuba en Hollywood, no existe en el mundo.Sí, hay algunas películas europeas (escasas) que retratan La Habana, o alguna de Estados Unidos con emigrantes cubanos con vida en USA.




 Pero así como podemos ver muchas imágenes de la India, Sudamérica, Europa, diferentes lugares de la Sabana Africana, reconocidas muchas veces a fuerza de repetirse, no hay casi nada de La Habana. Podemos identificar muchas avenidas de New York sin haber estado allí. Casi reconocemos el Serengeti a base de verlos cientos de veces en documentales y películas. Pero apenas hay imágenes en la memoria colectiva de estos autos circulando por la bella Habana.
Es increíble lo bellísimas y únicas que pueden llegar a ser las imágenes de estos coches circulando bajo las fachadas coloridas y desvencijadas de La Habana, o simplemente apostados a la puerta de una gran soportal con toda la familia alrededor
Muchas familias han sido capaces de mantener uno de estos coches en buen estado durante varias generaciones, por lo que el coche cubano es parte de la historia de cuba, con una carga afectiva profunda, siendo además su única propiedad.




La Habana vieja

 Nos levantamos temprano para aprovechar el día. En realidad Hugo y yo ya estábamos desde las 6:30 AM asomados a la ventana del hotel Telégrafo hacia la esquina formada por el Paseo Marti y la calle Neptuno. Estábamos asombrados del tragín mañanero de La Habana, allí, en nuestra calle doblaban infinitos coches antiguos que se dirigían a destinos desconocidos. La vista cenital nos permitía una visión muy particular, con los ciudadanos vistos como hormigas yendo a su trabajo.
Después de preparar las cosas para nuestro primer asalto a la ciudad, bajamos al Lobby o Hall de hotel, justo al lado estaba el restaurante. En el hotel Telégrafo sólo teníamos desayuno disponíamos a ello. En realidad cuando uno va a visitar una gran ciudad, es ideal tener sólo el primer bocado, ya que uno nunca sabe donde te va a pillar la hora de la comida.
Salimos a la a calle, todavía fresca a las 8:30, atravesamos el Parque Central y nos dirigimos a la calle Obispo, totalmente peatonal y que nos llevaría a una de la partes de La Habana antigua, en concreto a las cuatro plazas: La plaza vieja, la plaza de San Francisco de Asís, La plaza de Armas y la plaza de la Catedral.



























La Habana creció alrededor de estas cuatro plazas.

Era fácil contagiarse de la alegría que transmitía la calle Obispo y sus viandantes. Esta calle es la más popular de La Habana, llena de comercios y en pleno centro histórico, Comienza en la calle Bernaza y llega hasta la Plaza de Armas.
El hecho de que esté cerrada al tráfico, la hace especialmente acogedora y uno puede relajarse en contemplar cada detalle. La gente la recorre en una dirección y otra. Abundan las galerías de arte, boutic y numerosos hoteles, algunos tan famosos como el Hotel Florida, donde se alojó en los años 30 Hemingway.
El nombre de calle Obispo se le dio en homenaje a los obispos Fray Gerónimo y Pedro agustín Morell.
Antiguamente esta calle era el lugar por donde entraban las mercancías que venían de fuera de los muros de la ciudad.

La primera plaza que visitamos fue la Plaza Vieja, otrora llamada plaza nueva y que fue usada antiguamente para prácticas militares. Fue diseñada en 1559 en una mezcla de barroco y Art Noveau de inspiración Gaudiana. Destaca la Casona Centro de Arte, dedicada al arte nacional e internacional. Podemos ver asomar el Palacio Cueto al Sureste de la plaza, tb con clara influencia del genio Gaudí. 
Después de un rato de observar y disfrutar esta colorida plaza, nos sentamos en las escaleras del planetario, allí esperaban un grupo de escolares su turno para entrar a disfrutar de este complejo de construcción japonesa. Hugo hizo una momentánea amistad con unos cuantos de ellos, instante que fue inmortalizado con una foto conjunta.

















 Volvimos notro día por esta plaza y esta zona de las de las cuatro plazas, con muchos restaurantes, buen ambiente y bastante parte peatonal.
Seguimos callejeando por esta parte de La Habana Vieja, en dirección a la Plaza de San Francisco de Asís. Esta se encuentra mirando al puerto de La Habana y fue muy importante para los galeones españoles que atracaban aquí de camino en su viaje de las Indias hasta España. Llaman la atención sus adoquines irregulares y su bonita Fuente de los Leones en mármol blanco.
No pasa inadvertida la estatua del “Caballero de París” un personaje muy conocido en 1950 por dedicarse a hablar sobre cualquier tema que se terciara con cualquiera que se le cruzara, religión, política, sobre la vida… Y por lo visto dejo una gran huella en el recuerdo de los ciudadanos de esta ciudad, de ahí esta estatua.
Pero por encima de todo lo que le da impronta a la plaza es aquello que le da nombre, la iglesia o Monasterio de San Francisco de Asís. Se construyo en 1608 y se remodeló con estilo barroco entre 1719 y 1738. Actualmente es una sala de conciertos de música clásica y museo de arte religioso.
En una esquina de la plaza se encuentra la Terminal de Sierra Maestra, donde embarcan o atracan los turistas en grandes cruceros.
También sobresale el bello edificio de la Lonja del Comercio que data de 1909 y remodelado en 1996. Actualmente es un edificio de oficinas para extranjeros con intereses en Cuba.
Esta plaza fue la segunda que más nos gusto de las cuatro de la zona antigua.

















































Poco a poco el fresco de la mañana dio paso a un calor más sofocante y sobre todo húmedo. Los viandantes cubanos con los que hablábamos nos comentaban el calor que hacía, acostumbrados a oír del turista esa queja constante. Aunque nosotros nos acordábamos de países con otros infiernos peores y no nos parecía que la cosa fuera para tanto.
Hicimos un descanso y nos tomamos algo en una terraza de un restaurante cafetería. De repente sonó la música y las maracas y dos jóvenes, ella y él, empezaron a mover el cuerpo al ritmo de los sones caribeños. Todo el mundo que pasaba por la calle se asomaba al local y grababa o tomaba fotos. Nosotros que estábamos en la terraza del recinto, también entramos para ver el espectáculo. Hugo miraba alucinado las cabriolas y el ritmo desenfrenado de aquella pareja de baile.
Continuamos andando después del refigerio hasta nuestro siguiente destino, la Plaza de Armas.
Es la más antigua de La Habana, construida en 1520 después de la fundación de La Habana. En principio fue conocida como plaza de la Iglesia por el templo Parroquial Mayor, donde hoy en día se sitúa el Palacio de los Capitanes Generales, donde se ubica el museo de la cuidad.
Entre 1791 y 1898 fue residencia de los capitanes generales españoles y es un edificio bellísimo con grandes y adornados soportales y con un patio interior ajardinado espectacular con una estatua en medio de Cristóbal Colón y con la típica arquitectura barroca cubana.










Cuando llegamos a esta plaza nos llamó la atención muchos puestecillos dedicados a la venta de libros por muchas parte de esta, por lo visto estos están allí todos los días menos los domingos.
También llama la atención la estatua de Carlos Manuel Céspedes, el hombre que inició en 1868 el camino a la Independencia de Cuba con sus ideas y su “guerra necesaria”. En realidad, el día en que los españoles empezamos a perder Cuba.
Precioso el Palacio de los Condes Santovenia de finales del siglo XVIII, hoy en día un espectacular hotel de cinco estrellas, el Hotel Santa Isabel.

Allí, justo al lado de la Plaza de Armas se encuentra el Castillo de la Real Fuerza, esta fortaleza es la más antigua en pie de todas las Américas y que hizo las delicias de Hugo por varios motivos y muy recomendable si uno viaja con niños.
Fue construida entre 1558 y 1577 en el lugar donde estaban la anterior que había sido destrozada por los corsarios franceses. La fortaleza tiene un foso acuático espectacular donde curiosamente también hay caparazones de tortugas marinas muertas. La torre tiene la famosa veleta “La Giraldilla” famosa entre otras cosas porque figura en la etiqueta de la botella de ron “Havana Club”
Hoy en día la fortaleza es el Museo de la Navegación. Hugo estaba sorprendido y con mucha curiosidad, ya que entre otras cosas se exponían tesoros recogidos de los pecios cercanos a la isla. Los tesoros estaban dispuestos en cofres y en ellos se podían ver monedas de oro y plata, algunas veces estas aparecían metidas en sacas. Al lado de los cofres que estaban protegidos por cristales, había otras vitrinas con otra piezas también de metales preciosos, como grandes cadenas de oro o abre cartas u otras piezas. En otras ocasiones el oro o la plata estaba expuesto en otros formatos más bastos; no siempre los galeones llevaban monedas de oro o plata ya acuñadas, si no que muchas veces transportaban los metales preciosos en bruto, previamamente fundido en pequeñas cantidades, el resultado eran una especie de “chuletas” de oro o plata de forma muy irregular, como en chorretones más o menos redondeados (mirar foto) que facilitaban bastante su transporte. Otros formatos eran una especie de lingotes de forma rectangular, cuadrados, redondos o de cualquier forma pero sin pulir, como una especie de bloque basto. Allí en el museo se podían ver todos aquellos tesoros, y Hugo por supuesto, con los ojos como platos. Los funcionarios que había en cada sala solían dar buenas explicaciones si se les requería, también eran duchos en pedir algo, como muchos trabajadores en Cuba. Pedían cualquier cosa, chicles, revistas, bolis, o “una monedita de un euro, es que las  coleciono”

La Fortaleza da a la bahía de La Habana y es impresionante, con un suelo en piedra también, fuerte, bello, sobrio. Hugo estaba encantado con aquellos enormes cañones que aparecían por todos lados. El foso de agua en verde esmeralda realzaba aun más la imponente fortaleza.
Dentro además de tesoros se podían apreciar esas grandes puertas típicas de fortalezas y castillos en contundente hierro forjado.
En una de las salas un galeón ocupaba casi toda ella, en un tamaño de unos tres metros de largo, a escala reducida y seccionado en dos, dejaba ver las diferentes dependencias de estas soberbias naves. En la bodega se podían ver los barriles para el transporte de agua y otros líquidos. De abajo arriba se sucedían las sucesivas cubiertas, alojamientos y otras dependencias.
Esta fortaleza florece más aun al estar rodeada de bellos jardines y una bahía que la enaltece.



 




































































































Después de esta visita tan grata nos dirigimos a la Plaza de la Catedral de San Cristóbal, en nuestra opinión la plaza más bella de La Habana; esa luz que tiene, como está proyectada en la fachada de la catedral y edificios que la delimitan, datan del 1700. Considerada en si misma un museo barroco, todo en ella es armonía y belleza. Es entrar en su espacio y enamorarse a primera vista, una construcción amable y que acoge al que la visita con su suelo empedrado y sus bellos balcones azules.
En esa plaza pudimos contemplar el Palacio de los Marqueses de Aguas Claras que se terminó de construir en 1760 y es de estilo barroco. Precioso su patio o soportal andaluz con bellos balcones encima. Hoy en día es un restaurante llamado El Patio.
Al lado de la Catedral se encuentra la Casa o Palacio de Lombillo que fue construido en 1741. Desde el año 2000 es la Oficina del Historiados de la Ciudad, que tantas reformas tiene que acometer. Antiguamente era una oficina de correos.
Al lado de este último palacio y no menos bello, se encuentra el Palacio del marqués de Ancos. También en blanco y azul en el lado Sur de la plaza se encuentra el Palacio de los condes de Casa Bayona, hoy en día Museo de Arte Colonial.
Por último y la preciosa y relativamente pequeña Catedral de San Cristóbal de La Habana.
Fue diseñada por el arquitecto italiano Francesco Barronini, de estilo barroco y con dos torres asimétricas con varias diferencias en su construcción.
En 1748 los jesuitas empezaron su construcción y en 1787 pasó a ser catedral cuando se creo la diócesis de La Habana. Los restos de Cristóbal Colón estuvieron enterrados en esta Catedral desde 1795 a 1895 cuando se le traslado a la catedral de Sevilla.
Hasta tres veces estuvimos visitando esta maravillosa plaza, mirando esa luz de este espacio sublime, otras veces tomando algo mientras un cantautor rasgaba su guitarra acompañando la letra de “Hasta siempre Comandante”, o simplemente viendo la vida pasar.





Tomamos después un coche huevo en dirección al Malecón, de esos amarillos, en el que como máximo caben dos personas, o en nuestro caso, dos adultos y un niño.
Vimos a los chavales bañándose y saltando al agua desde el el muro que hace de rompeolas en el Malecón. Hugo sonreía divertido al ver que algunos de aquellos muchachos eran poco mayor que él. Pero ya hablaré de ellos más tarde.
Nos tomamos un tukola (coca cola cubana) en un puestecito detrás del Malecón y nos volvimos al hotel. Después de un rato de relax y una merecidas duchas para sofocar ese calor pegajoso, nos dimos un homenaje, comiendo en el ho9tel Inglaterra, justo al lado del nuestro.




Capitolio y alrededores

Por la tarde  nos recorrimos toda la zona del Paseo de Martí o Paseo del Prado, Capitolio y calles adyacentes, empapándonos de su ritmo vital.
Pasamos por delante del imponente Gran Teatro de La Habana, se de del ballet nacional de Cuba y al lado de nuestro hotel y del hotel Inglaterra. De estilo renacentista español-francés con detalles barrocos fue construido entre 1907 y 1915. A parte de teatro el complejo tiene dos salones de baile, casino, salones de juegos, tesorería, restaurantes, y cafés. Continuamos andando por el paseo hasta pasar por delante del grandísimo Capitolio.
El Capitolio, bastante parecido al de Washington y con más detalles que este último y algo más alto, lo mando construir El dictador Gerardo machado en 1926 con el beneplácito norteamericano. Antiguamente era sede del Congreso cubano pero desde la Revolución de 1959 su lugar a sido ocupado por la Academia Cubana de las Ciencias y la Biblioteca Nacional de Ciencia y Tecnología.
Fue construido con piedra caliza blanca y de Capellanía y granito
Justo enfrente del Capitolio se concentraban multitud de coches antiguos pero totalmente restaurados y resplandecientes. Un poco más allá, entre las calles que atraviesan el Parque de la Fraternidad otra grandísima concentración de coches dispuestos en batería. Esta vez haciendo el que es su cometido más habitual, el de taxi para el pueblo cubano, pero esta vez, como casi todos los taxis, desvencijados y bastante viejos, pero también maravillosamente vistosos.
Todavía quedaba una concentración más de estos vistosos coches. Donde termina el Parque de la Fraternidad, cruzando con la calle Cándido Gómez, pero esta vez la cantidad era mayor y sin orden ninguno, inmensos dinosaurios esperando clientes. En realidad en muchas partes de La Habana, este es el transporte principal.
Nos fuimos al hotel después de comprar algunas viandas en las tiendas cercanas.







Aquellas callejuelas

Después de un descanso me decidía a salir una vez más, esta vez en solitario, otra vez pasé delante del Gran Teatro, Capitolio y aquellos coches multicolores. Atravesé de nuevo el Parque de la Fraternidad y me deje llevar sin rumbo fijo por unas pequeñas callejuelas sin apenas tráfico.
Serían las 7 de la tarde y unas nubes negrísimas techaban el cielo de la bella Habana, esa visera atmosférica le daba un toque especial a las calles. Los coches de época relucían más que con un sol que diluyera su figura con brillos y sombras, era una luz uniforme y bellamente tenebrosa, que también marcaba más la fachadas coloridas o no de La Habana.



Una vez en las callejuelas, ya sin coches apenas, la gente tomaba el fresco sentada en sillas a las puertas de sus casas.
Amables divertidos, cada foto que tomaba era correspondida por una sonrisa y una charla; ¿de donde eres? ¡Ah España que bueno!
Empecé a tomar fotos de todo aquello que me llamara la atención, que era casi todo. Niños, abuelos, mujeres. Sólo alguno se me resistía, pero gracias a mis dotes (ja ja) para ganarme a la gente al final incluso terminaban posando para mi.
Se cruzaban también por delante algún bicicarro que otro, los balcones mostraban mujeres oteando el horizonte, los niños corrían por la calles y sobre sus juegos mil telas de arañas a modos de cable cruzaban de un lado a otro de la calle. Esos cables típicos de muchos países asiáticos o africanos donde la estética de las calles queda en segundo plano.
Hombres con el torso desnudo sentados en los soportales hablaban de cualquier cosa, más allá pequeños puestos de frutas atendidos por familias enteras, encoladores de zapatos trabajando.
Decidí volver al hotel justo cuando las nubes decidieron descargar con toda su fuerza. Cayó un chaparrón impresionante, pero gracias a los soportales o enormes porches de muchos edificios, conseguí a medio mojar, bueno eso es un decir, porque llegué bastante empapado.
Nos fuimos después a cenar en un restaurante cercano, había sido un día fantástico, pero todavía nos quedaban muchas cosas por ver en La Habana.












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