Habíamos acordado con un taxista de Trinidad que nos llevara a la capital de
Cuba por cierta tarifa, pero el chófer apalabrado no se presentó y en su lugar vino otro conductor con un coche
viejuno.
En principio no quisimos tomarlo, pero después de un nuevo
regateo, llegamos a un acuerdo con un nuevo precio sólo hasta Cienfuegos. Allí alquilaríamos
otro coche hasta La Habana. Al final esta operación nos salió más barata.
Llegamos relativamente temprano a Cienfuegos, por lo que aprovechamos para realizar una visita rápida a esta población.
El conductor del segundo coche que alquilamos nos hizo de
anfitrión, realizando un recorrido turístico por todo Cienfuegos. En total
estuvimos en esta población unas tres horas.
Antes de empezar el recorrido nos bajamos del coche para estirar las piernas y de paso nos adentramos en el mercado municipal (1928).
Allí pudimos contemplar una vez más, variados puestos de
frutas exóticas, así como puestos de carnes colgadas sin cámaras frigoríficas.
La gente siempre tan amable y un tanto sorprendida de ver turistas ahí dentro.
Después de esta visita nos dedicamos a recorrer las principales avenidas de Cienfuegos, sobre todo la avenida de El Prado.
Fundada en 1824 por colonos franceses, la arquitectura de Cienfuegos también se inspira en la Francia del siglo XIX.
Una ancha avenida con
vistosos y coloridos edificios. Aunque a nosotros nos gustó más Trinidad con su
estilo colonial español, y aunque Cienfuegos es también una población hermosísima,
a favor de Trinidad podemos decir que es
más pueblo y Cienfuegos más ciudad.
Trinidad es más tranquila y su núcleo o casco histórico
insuperable, creo que sublime.
Recorrimos la avenida de El Prado donde se armonizaban el colorido de los edificios con el de los coches de los años cincuenta. De vez en cuando parábamos para contemplar más pausadamente los edificios más emblemáticos de la avenida. Así pudimos apreciar el bello Palacio Azul, un hotel estatal de fachada azul cielo y con bellos jardines.
Más adelante también pudimos apreciar la belleza y arquitectura
recargada del Palacio del Valle, con su fachada color crema entre bellos
ejemplares de la flora cubana.
Anduvimos después por el pequeño y coqueto Malecón de Cienfuegos.
En realidad esta fue una visita relámpago. Habíamos decidido
repartir nuestros once días entre La Habana, Cayo Guillermo y Trinidad, con
menos recorrido y movimiento, pero saboreando lentamente cada una de estas tres
poblaciones.
Creo que elegimos bien. Con más tiempo quizá hubiéramos pasado
algún día en Cienfuegos, e incluso la maravillosa Santiago.
Todavía tuvimos tiempo de tomarnos un pequeño almuerzo antes
de partir para La Habana, donde pasaríamos nuestras últimas horas antes de
nuestra partida.
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